jueves, 8 de marzo de 2012

Un encuentro intrigante.



Querido diario:

¿Te acuerdas de lo que te conté el otro día? Pues como ya dije, la historia continua. Después de llorar durante días y amargarme, me concentré y me dije a mi misma que esto no podía continuar así. Llamé a una gran amiga mía, María, e inmediatamente, después de explicarla lo que me había pasado, me invitó a una fiesta. En ella, me contó todo lo que había pasado en ese tiempo que no salí. Echaba de menos nuestros buenos ratos, esos alocados momentos en los que me dolía la tripa de tanto reírme y lloraba. Ese mismo día, en la fiesta, vi entrar a un chico de pelo moreno, alto y esbelto. Le pregunté a María haber si le conocía pero no tenía ni idea. Eso me atrajo más. No paraba de mirarle. Por un momento, cuando él llegó a la barra y pidió una cerveza, miró hacia mi dirección y nuestras miradas se cruzaron. En ese momento que miré sus ojos, no existía nadie más. Se me olvidó donde me encontraba, la música ya no la oía. Estaba tan concentrada en su mirada que me olvide por unos segundos de respirar. Cuando María me dio un golpe en el hombro, reaccioné y la miré. No me acordaba de que me estaba hablando. Intenté no volverle a mirar. Cuando ya era tarde y la fiesta se iba vaciando, quedándose con los seis típicos borrachos y pocos más hablando en la barra, le volví a mirar. Él estaba sentado en una mesa y había otra chica a su lado. Se estaban riendo. De repente, la chica me miró y se desvaneció su sonrisa poco a poco, se acercó a él y le susurró algo. No se que podría ser pero hizo que él también me mirara, así que, supe que había sido algo de mi. Quité la mirada de ellos hacia mi vodka, donde solo había hielos y jugué con el vaso dándole vueltas. Volví a mirarles y ellos ya no estaban, se había ido y suspiré. Todo había sido un sueño y la típica chica que te mira raro cuando miras a su chico. Todos los perfectos o están cogidos o los tienen prisioneros una zorra. Me fui a casa pensando en ello. Preferí ir andando para que me diera un poco el aire fresco. Oí unos pasos detrás mío y me enderecé. Caminé más deprisa, lo que me dejaban los tacones. Pensé en quitármelos y echar a correr, pero justo en ese momento, alguien me tapo la boca por detrás y me dijo un suave "shh" en el oído. Mi respiración se aceleraba teniendo miedo y un calor me subía por el estómago. Susurró "si me prometes que no gritas, te suelto". No supe que pensar, pero si me soltaba, podría salir corriendo a un sitio donde haya mas gente. Asentí levemente y me soltó, quería verle la cara antes de salir corriendo así que me giré. Era él, el chico de la fiesta, él que se reía con la otra chica y después desapareció. Le miré y me quedé sin habla y él sonrió. Tenía la sonrisa más perfecta que jamás había visto, me quedaría toda la vida mirándola. Reaccioné por mi misma y le miré a los ojos, me atreví a preguntar:
- ¿Quién eres? - él se rió.
- ¿Cómo que quién soy? Ya sabes quién soy. No me parabas de mirar en la fiesta. - disimulé.
- Lo siento, pero en la fiesta he visto a muchos chicos. - se pasó la mano por la nuca mirando al suelo pensativo, reaccionó rápido y volvió a mirarme.
- El que estaba con una chica hablando. - le miré extrañada.
- Mmm... ¿El que estaba en aquella mesa circular? - él asintió y sonrió.
- Ese mismo.
- Vale. ¿Y qué quieres? -me crucé de brazos.
- Vaya, no pensaba que fueras tan...
- ¿ Tan cómo? - le interrumpí.
- Tan maleducada. - se rió levemente.
- No lo soy.
- Si lo eres. - negué - Que si. - me tapó la boca con la mano cuando fui a contestarle y suspiré - Muy bien, así me gusta, que me des la razón. - alcé una ceja y me alejé dándole la espalda. Vino a mi lado caminando - Oye, pero no te enfades.
- Déjame en paz. - hasta yo misma sabía que no quería que lo hiciese.
- Eh, venga... - me paré en seco y le miré - ¿Puedo... puedo invitarte a una copa? - le miré extrañada -
- Es tarde..
- Por favor. - me interrumpió -
- Lo siento, otro día. Mañana tengo que hacer un trabajo de historia. - suspiró.
- Bueno pues... otro día será. - asiento y camino - Adiós... - le oí desde lo bajo y sonreí levemente mordiéndome el labio inferior.

Había estado todo el camino hasta casa pensando en él. Cuando llegué, me puse el pijama y me metí a la cama. Me dormí enseguida, pero, ¿sabes qué? Soñé con él, no me acuerdo del sueño, pero sé que era él. Puf, mañana te cuento más de lo que me ha pasado. Besitos.

- Lisa Diamond -


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